Haciendo brillar al Cine Mexicano

QUE MÉXICO SE VEA

Los cineastas más talentosos de México consideran su obra en la celebración del Día del Cine Mexicano.

3 de agosto de 20226 MINS

El cineasta mexicano Luis Estrada lo tiene claro: no se puede hablar de un solo cine mexicano. Mucho menos ahora, que México vive un momento histórico de producción fílmica, rebasando los 200 títulos anuales. Repasar los últimos años de películas producidas en este país es como recorrer un verdadero multiverso. En la pantalla, de pronto somos una empleada doméstica que vive sus días en una casa de la clase media de los años 70, pero también somos, al mismo tiempo, la pareja gay que intenta liberarse de una sociedad conservadora en El baile de los 41. Somos el funcionario corrupto de La dictadura perfecta, el niño enamorado de su compañera de clase en Todas las pecas del mundo, somos la naturaleza implacable en Selva trágica. Somos las niñas que, aterradas, se esconden en la tierra en Noche de fuego, pero también el terko que encuentra liberación bailando la cumbia rebajada en Ya no estoy aquí.

La diversidad en estas imágenes, cualidad que Netflix celebra este mes con “Que México se vea”, no son más que reflejo de los distintos mundos que se las arreglan para convivir en los confines de un mismo territorio. Nos hablan de la realidad múltiple, oscura, descarnada, surreal, ácida, generosa, esperanzadora, luminosa, resiliente, colorida y sí, hasta humorística. 

Para Estrada, director de la famosa tetralogía de sátiras políticas, y que ahora se prepara para estrenar su próxima película, ¡Que viva México!, en Netflix, esta pluralidad de visiones es importante porque permite a los mexicanos enfrentarse a sus propias contradicciones. 

“Creo que se ha retratado con un poco de condescendencia”, explica el director. “Yo creo que en toda familia se viven pequeños infiernos y la película exacerba todo eso para llevarlo a una especie de mural donde están retratados no solamente los miembros de esta familia, sino que cada uno tiene una connotación simbólica y metafórica para representar a alguien de la sociedad”.

Espejos sociales, con distintos reflejos. 

Gran parte de los cineastas mexicanos contemporáneos también se muestran inquietos, con una necesidad urgente de entender las heridas sociales –aquellas que llenan las frías planas de los periódicos– desde otros ángulos y sensibilidades. Un cine hecho principalmente por mujeres lidera esta búsqueda por situar la mirada (y la cámara) en otro lado, descubrir nuevas perspectivas y acceder a lo humano, incluso a la hora de narrar las pesadillas de la violencia.

“Creo que las historias nos ayudan a sentir una conexión con alguien que vive con la angustia de tener a un ser querido desaparecido”, explica la cineasta Tatiana Huezo. “Nos ayudan a ver en nuestro interior y a no olvidar lo que ha estado pasando en México desde hace tiempo”. Su película Noche de fuego aborda la crisis de la violencia de género en la región, a través de un coming of age sobre tres amigas que intentan vivir su infancia y su juventud en un contexto que las considera poco más que botines de guerra.

Nominada a un Independent Spirit Award, Noche de fuego forma parte de una reciente avanzada de películas de cineastas mexicanas que, a través de la ficción, ofrecen un vistazo más complejo y profundo a realidades como la desaparición forzada, que hasta ahora solían explorarse más bien a través del documental. Es el caso también de Ruido, la nueva película de la directora Natalia Beristáin, quien después de explorar el tema en su corto documental Nosotras, ahora hilvana las vivencias de las madres que buscan a sus hijas en una historia que nos deja ver su carácter sistémico.

“Creo en el absoluto poder de la ficción”, nos cuenta Beristáin. “Ese ejercicio documental me permitió entender que las violencias en este país están absolutamente entramadas. Que no puedes hablar de desapariciones si no hablamos de feminicidios, y que no podemos hablar de feminicidio si no hablamos de impunidad. Y que no podemos hablar de impunidad, si no hablamos de crimen organizado. Porque si bien Ruido se trata de una madre buscando a su hija desaparecida, hay otras varias aristas que se tocan en la película. Y la ficción me permitía también hablar de ellas”.

Para Beristáin, lo más emocionante del cine que hoy se hace en México, además de las posibilidades de la ficción, es la diversidad de autores, de géneros, estilos, así como la promesa de una creciente presencia de mujeres detrás de la cámara. Ahora, explica, solo falta que el grueso de la audiencia se entere. En un panorama de exhibición que prioriza los blockbusters de Hollywood, y en el que una plataforma como Netflix se ha convertido en una casa de dicha pluralidad de miradas, la cineasta propone más esfuerzos. 

“Es una labor de formación de públicos, tal cual. ¿Cómo ayudamos a que esos consumidores mexicanos, que ya sabemos que sí existen, quieran echarse un clavado y descubrir la variedad que hay?”.

“Que México se vea” es una celebración y una oportunidad para promover la amplia selección de cine mexicano que habita en Netflix. Es una invitación a descubrir lugares, culturas y nuevas formas de ver el mundo, que apela a la curiosidad de una audiencia cada vez más consciente de que su realidad es heterogénea. “Queremos que las personas nos muestren la verdad”, comparte el cineasta mexicano Guillermo del Toro, quien a finales de año estrenará su animación Pinocho, producida en parte en territorio mexicano. “Queremos que nos muestren realidades que no son las nuestras, aunque vivamos en el mismo país”.

Su colega y amigo, el cinco veces ganador del Óscar, Alejandro González Iñárritu, regresó a México para filmar una comedia nostálgica que confronta a su protagonista, precisamente, con las realidades actuales –y pasadas– de su país. BARDO o falsa crónica de unas cuantas verdades, primera película que el director filma en México después de Amores perros (2000), es un viaje personal, épico, que representa un doble retorno: el de un periodista que en la ficción regresa a su tierra, pero también el de un cineasta que regresa para poner la mirada, de nuevo, en su país natal.

"Filmar de nuevo en México 20 años después fue como reencontrarme con un nuevo viejo amigo”, platica Iñárritu. “Con el tiempo y la distancia se me acumularon las ausencias. También se dispararon los recuerdos, las memorias y sus más profundos espejismos y contradicciones. Verdad. México no es un país. Es un estado mental".

Otra de esas personas dispuestas a abrir horizontes es Fernando Frías de la Parra, director de Ya no estoy aquí, máxima ganadora de los premios Ariel 2020 (el equivalente al Óscar para la industria mexicana). La ficción de De la Parra narra la historia de un joven originario de los barrios bajos de Monterrey –estado ubicado al norte de México–, que en medio de la precariedad se libera a través del baile y que forma parte de una subcultura de jóvenes entusiastas de la cumbia rebajada. No solo viró la atención, siempre tan centralizada, hacia otro lugar que no fuera la Ciudad de México, sino que la película nos reveló el otro Monterrey, el olvidado, aquel que el mismo estado –que también alberga el municipio más rico de Latinoamérica– ha dejado a su suerte. 

The main character from I’m No Longer Here dances to cumbia music in a yellow outfit.

I’m No Longer Here

Ya no estoy aquí encontró a su público a través del streaming durante la pandemia. Quienes la colocaron en el primer lugar de vistas de Netflix durante su estreno no fueron críticos extranjeros, ni jurados en festivales prestigiosos, sino los mismos consumidores mexicanos. 

“Lo que me emociona es que la gente dentro del mismo México está viendo el cine mexicano, opinando sobre el cine mexicano y participando más a través de las plataformas”, platica De la Parra, quien ya trabaja en su próxima película para Netflix, No voy a pedirle a nadie que me crea, basada en la novela homónima de Juan Pablo Villalobos.

¿Qué nuevas realidades nos falta por descubrir y representar? “Historias descolonizadas, quizás”, responde el director mexicano. “Falta arriesgarse y como en México conviven muchos mundos diferentes [hay tantas cosas que se pueden contar]. Creo que lo que falta es quitarle la visión extrema hacia lo sórdido, hacia lo solamente violento”.

En esta misma línea, la cineasta Ihtzi Hurtado, una de las pocas mujeres al frente del cine de comedia mexicano, aboga por una mayor presencia en pantalla de situaciones que nos recuerden la ternura, la inocencia y el juego que también nos caracterizan. Más allá de las comedias románticas, la cineasta habla sobre todo de cine juvenil, un terreno aún bastante inexplorado en la industria mexicana. Su película El Guau recupera la tradición de comedias coming of age estadounidenses como Superbad para narrar la historia de un adolescente a quien le urge empezar su vida sexual. 

“Los mexicanos tenemos mucho amor. Somos muy alegres. Creo que sí deberíamos contar más historias de lo increíbles que somos”, platica Hurtado.

Somos luz, somos oscuridad. Somos baile pero también exilio. Somos familia pero también infierno. Somos el amor de las madres, y la ausencia de las hijas. México es muchos Méxicos y su cine es muchos cines. Es lo que Luis Estrada llama una revolución: de estilos, de géneros, de miradas, pero también de formas de hacer, concebir y consumir el cine. Es tiempo de mostrar hacia afuera y hacia dentro que México no es y nunca será una sola cosa.