Luis Estrada

Empuja los límites del cine mexicano con ¡Que Viva México!

10 de agosto de 20224 MINS

Desde que Luis Estrada tomó por sorpresa a todo México en el 2000 con su película La ley de Herodes, una crítica mordaz al gobierno como las que nadie se atrevía a hacer en ese tiempo, el director se la ha pasado poniendo a prueba los límites de la libertad de expresión. Intentos de soborno, censura gubernamental y falta de apoyos no le han impedido completar en estas dos décadas una tetralogía de sátiras ácidas, cada una dirigida a una etapa muy específica de la vida política mexicana. La última que estrenó en 2014, La dictadura perfecta, mostró un país completamente dominado por una televisora y se burló directamente del presidente de México de ese entonces, Enrique Peña Nieto.

Desde partidos políticos corruptos, hasta empresarios y periodistas sinvergüenzas, la caricatura política de Estrada no ha dejado títere con cabeza cuando se trata de exponer a los poderosos. Ahora, 20 años después de la irrupción de La ley de Herodes y poco antes del estreno de su quinta sátira, ¡Que Viva México!, en Netflix, el cineasta mantiene su aspiración de llevarnos a lugares límite en un país que se presume más libre. Sin ser optimista ante la supuesta falta de censura en México, hay algo que, sin embargo, le genera confianza: la diversidad y resiliencia que muestra el cine mexicano actual, y que Netflix destaca este mes con Que México Se Vea.

Eso no significa, claro, que hacer cine crítico y ambicioso, en un país con problemas de distribución, autocensura y que vive a la merced de una minoría acaudalada, se haya vuelto más sencillo. En esta entrevista, Estrada platica con Jessica Oliva sobre su experimentada carrera, así como sobre su siguiente película.

Jessica Oliva: Cuando estrenaste La dictadura perfecta en 2014 mencionaste que hacer películas en México seguía siendo igual de difícil para ti, pues con el tiempo te has vuelto más ambicioso. ¿En dónde colocarías ¡Que Viva México! en términos de ambición?

Luis Estrada: Yo creo que a lo mejor es la película que más trabajo me ha costado levantar. Primero, porque creo que ya me gané una fama: cada vez que quiero levantar un proyecto o presentarlo a las diferentes fuentes de financiamiento, éstas me ponen una lupa para ver por dónde va a brincar la rana. Y luego coincidió en particular que cuando yo ya casi estaba listo para iniciar la película, llegó la pandemia. Presenté la película varias veces a diferentes fuentes de financiamiento del Estado, como el EFICINE [estímulo fiscal que el gobierno mexicano facilita para la producción de cine]. Lo presenté tres veces y nunca me lo dieron. Por suerte, Netflix me había estado coqueteando desde hace algunos años para que hiciéramos algo juntos y se dieron las condiciones para hacerla. Es mi película, efectivamente, más grande, más ambiciosa. Es una épica de más de tres horas, y será interesante ver otra vez lo que va a ocurrir con ella, porque creo que una vez más va a levantar mucho polvo, probablemente más que nunca.

Tus películas siempre despiertan conversaciones sobre libertad de expresión y censura. ¿Cuál es tu relación con la autocensura al escribir una película como esta? ¿Has tenido que vencer tus propios filtros?

LE: Desde hace muchos años, y sobre todo a partir de la experiencia que se derivó de La ley de Herodes, creo que ha sido muy complicada la batalla por ensanchar los límites de la libertad de expresión. Siempre he hablado de la censura, de cómo en realidad no acaba de desaparecer –aunque pareciera que ya hay más libertad–, y de que el peor fantasma para un creador es la autocensura. Por mi propia experiencia y al ver el efecto que las películas han tenido, reflexiono mucho sobre hasta dónde llegar pero trato de dejar los tabúes a un lado y de no tener temas prohibidos. Y creo que esta película otra vez va a donde nadie se ha atrevido en términos de libertad de expresión. No sé cuáles van a ser las consecuencias de ello. No sé cómo van a reaccionar los aludidos. También va a ser una prueba de fuego para ver qué tanto es cierto eso de que ya hay absoluta libertad de expresión en México. 

Has hablado de cómo tus películas son como cerraduras que nos permiten echar un vistazo a los vicios del poder. A grandes rasgos, ¿qué realidades nos permitirá vislumbrar ¡Que Viva México!?

 LE: Está llena de mucho humor, pero también es una reflexión muy ácida sobre varias de nuestras instituciones. Vuelve a hablar de un momento muy preciso que estamos viviendo en México. Habla de la polarización, de la intolerancia y de este enfrentamiento de todos contra todos. Otra vez pretende ser, eso sí, una metáfora, pero esta vez en una familia en la que estamos representados todos. 

A su vez, ¿recuerdas qué películas mexicanas te han hecho ver otra perspectiva o descubrir nuevas realidades? 

LE: He sido muy apasionado de conocer el cine mexicano porque yo sí me siento producto de una tradición. Siento que mi cine se conecta con muchos momentos de la historia del cine mexicano y creo que hoy tengo un santoral de directores que para mí han sido muy importantes. Mi favorito es Fernando de Fuentes, junto con Luis Buñuel. La película El compadre Mendoza (Fernando de Fuentes, 1933) me abrió una ventana para entender de dónde veníamos y nuestra idiosincrasia. Películas como El ángel exterminador (1962) o Los olvidados (1950), de Buñuel, literalmente me cambiaron. 

En mis propias películas siempre hago también muchos guiños y referencias a ese cine que ha sido tan importante para mí como espectador, pero también como ciudadano. [Que me ha servido] Para entender mejor mi realidad, mi país, sus contradicciones. Por eso es tan importante que exista un cine que nos hable de nuestros temas, que nos hable de nuestras preocupaciones y que nos hable de nosotros mismos, aunque sean espejos que a veces nos devuelvan una imagen horrible. 

 

Los caminos de producción y de distribución en México, especialmente los que están fuera del apoyo gubernamental, suelen ser complicados. ¿Qué diferencia representó para ti trabajar con Netflix esta vez?

LE: Siempre tuve muchas dudas de qué era lo que iba a resultar de esta ecuación. Es decir, porque en el caso de las otras películas, yo era mi productor y conseguía los fondos para financiar. Y lo que me llevó a tomar ese camino como productor era justamente que quería preservar la libertad de la película para decir lo que yo quisiera. Mi mayor sorpresa de trabajar con Netflix es que han sido muy respetuosos de mis ideas, de mi trabajo, de lo que quería yo decir. Y en ese sentido, pues ahora sí que solo yo soy el responsable de su buen o mal desempeño o de su buena o mala hechura. 

En México estamos viviendo un periodo de producción de películas con récords históricos, aunque muchas de ellas no llegan a los espectadores. ¿Cómo describirías la relación actual de la audiencia mexicana con su cine? 

LE: Yo empezaría pensando que no hay tal cosa como un cine mexicano. Creo que para bien y para mal, lo más relevante del cine mexicano de hoy es su diversidad y su pluralidad de temas, de formas de abordarlo, consumirlo y de producirlo. Entonces, creo que hablar en términos generales sobre un solo cine mexicano y una sola audiencia mexicana es muy complicado. Hay tantos públicos como personas ven las películas. 

Pero sí, hay una gran contradicción en la enorme cantidad de películas que se están produciendo y las que realmente llegan con eficacia y apoyo a las pantallas, ya sean de las salas o de las plataformas. Porque creo que hay un divorcio enorme entre los caminos de la exhibición y la difusión con los de la producción. Pero dentro de esa diversidad [de la que hablo] sí se han ido construyendo pocos, pero valiosos espacios para tratar de hacer un cine diferente y de frente al público.  

¿Desde qué lugar enfrentas tú, como director de amplia trayectoria, esa revolución de nuevas formas de hacer, producir, financiar y consumir el cine?

LE: Por más que esté muy claro en que todo esto se está modificando, creo que la esencia del cine sigue siendo la misma. Se trata de hablar de cosas que te importan, contar una historia y tratar de contarla de la mejor manera para que el público se sienta atraído, ya sea comprando un boleto de cine, rentando un disco, o dándole play en una plataforma. Es decir, yo, a diferencia de muchos de mis colegas, siempre tengo al público muy presente porque sigo pensando que el cine sigue siendo un fenómeno de cultura popular. 

Parte de lo que a mí me apasiona es la oportunidad de poner un poco el pie en todos esos territorios, algo que las grandes películas logran: que [el cine] sea entretenimiento, pero que también sea cultura, que sea un vehículo de comunicación y un negocio, que también lo es. Parte de esta revolución que estamos viviendo tiene que ver también con cómo la gente se acerca a la gran oferta de contenido que tiene. Te pone en una situación en la que tienes que ofrecer algo como creador.

¿Qué es lo que más te emociona del cine mexicano actual?

LE: Que siga existiendo y que tenga esta gran pluralidad, que sea un espacio donde puedan convivir todas estas diferentes visiones de nuestras realidades y de México. También, aquí y en el mundo, la llegada de un cine en femenino, feminista, militante, que nos está dando un punto de vista que, ese sí, no había estado muy presente a lo largo de la historia del cine mexicano, y está haciendo cosas muy interesantes.

El cine mexicano vive en crisis  desde que tengo uso de razón, pero a pesar de ello creo que ha tenido la fortaleza para sobrevivir.