El cineasta regresa a México con Familia, una película sobre la riqueza de nuestras relaciones más cercanas.
¿Quién mejor que un latino para explorar las complejidades de los lazos familiares? ¿Y quién mejor que el hijo de uno de los escritores más celebrados de todos los tiempos para escarbar en lo que significa relacionarse con la memoria de los padres?
El cineasta colombiano mexicano Rodrigo García ha pasado 20 años forjando una carrera como director y escritor en Estados Unidos. Lo suyo han sido las producciones en inglés: dirigió capítulos de series como Los Soprano y Six Feet Under, y se ha abierto camino en la industria con películas intimistas, bien posicionadas, siempre capaces de atraer a figuras de la talla de Glenn Close (Albert Nobbs), Ethan Hawke (Raymond & Ray) o Annette Bening (Madres e hijas). El director confesó recientemente que, tras haber crecido en México, su partida hacia Los Ángeles fue quizá una forma inconsciente de poner distancia entre él y el gigante con el que creció: su padre, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, ganador del premio Nobel de literatura.
Por eso es que Familia, su primera película en español, representa un regreso al origen. Producida por Netflix y filmada en la zona fronteriza de México con Estados Unidos, la cinta narra una tarde intensa de comida familiar. Entre bocados, risas y anécdotas, los resentimientos y las tensiones burbujean, mientras que Leo, interpretado por Daniel Giménez Cacho (BARDO, Falsa crónica de unas cuantas verdades) y sus cuatro hijos –interpretados por Ilse Salas (Las niñas bien), Cassandra Ciangherotti (Los Espookys), Natalia Solián (Huesera) y Ricardo Selmen (Como dice el dicho)– deben decidir si están dispuestos a vender el rancho de la familia. Juntos tratarán de responder a una pregunta difícil: ¿cómo deshacerse del hogar de la infancia?
Después de la premier de la película en la Ciudad de México, el director se sentó con nosotros para platicar sobre los factores que contribuyeron a su regreso, su interés por retratar paternidades distintas, el recuerdo de su padre y las contradicciones que unen a todas las familias, sin importar de qué continente sean.
Jessica Oliva: Ésta es tu primera producción en México como director y tu primera película en español, ¿qué te había detenido de venir antes para acá?
Rodrigo García: Sencillamente se fue dando allá mucho trabajo en Estados Unidos desde hacía tiempo. Tenía el deseo de hacer algo sobre gente mexicana o latina en Estados Unidos. Pero es muy difícil. No sé por qué, pues hay 50 millones de mexicanos y centroamericanos allá y debería ser fácil. Pero por alguna razón hay resistencia por parte de las plataformas y los estudios. Finalmente, me empezaron a dar ganas de hacerla en México, sobre todo porque este tema de la familia se contaba muy bien con una familia latina.
¿El guion lo escribiste en inglés?
RG: Lo escribí en inglés originalmente, pero para una familia latina en Estados Unidos. Quería retratar a una familia mexicana americana que tuviera en California su rancho de olivos, tal cual como en la versión final mexicana, pero allá. Pero al no poder hacerla, dije, bueno, esta podría ser mi primera película mexicana. Pensé que se podría adaptar el guion.
¿Ayudó a tu decisión el hecho de que las plataformas han ampliado las fronteras de la producción de series y de películas?
RG: Yo creo que una de las cosas buenas de las plataformas es que toda producción es local. O sea, si tú vas a hacer una película para Netflix, la haces para Netflix América Latina, para Netflix México. Entonces, sabía que Netflix tiene toda una rama dedicada a la producción mexicana. Es decir, no tenía que ir a Estados Unidos o a Europa a pedir dinero para hacer esta película. Entonces, sí. Yo creo que había ahí una coyuntura que ayudó a poder hacerla bien y con recursos.
¿Cuáles fueron las primeras decisiones que tomaste como director y escritor una vez que trasladaste la película a México?
RG: Bueno, la primera decisión fue la del guion, que empecé a traducir yo mismo. Pero me di cuenta de que, aunque me era fácil traducirlo, lo estaba traduciendo a mi colombiano mexicano. Fue cuando me recomendaron a Bárbara Colio, que es una dramaturga, casualmente de esa zona fronteriza. Es de Tecate, y conoce muy bien la dinámica de ese triángulo compuesto por Tijuana, Ensenada y Valle de Guadalupe, y, sobre todo, las idiosincrasias de esa cultura que es muy bilingüe, muy binacional y un poquito pocha. Hace que muchas de las familias sean más liberales, es decir, esta no es una familia norteña de un rancho tradicional [que suelen ser más conservadoras], como lo sería un rancho ganadero en Durango o en Chihuahua. Es otro tipo de familia.
¿Fue por la presencia de Bárbara que decidiste ambientar la historia en la zona fronteriza?
RG: Quería ponerla ahí y fue una casualidad que ella fuera de esa zona. Pero también fue una de las razones por las que me asocié con ella. También quería que fuera un rancho de olivos. Creo que los viñedos aparecen ya mucho en las películas y las series, y suelen hacer todo más “popis” [lujoso]. En cambio, las aceitunas son más agricultura.
Como persona latina, el mismo título de la película, Familia, te pone en un lugar emocional particular. ¿Cómo crees que la cinta se inserta en todo el imaginario visual que existe sobre la familia, tan característico del cine mexicano?
RG: Creo que en ningún momento me planteé retratar a la familia mexicana. Yo creo que hay una infinidad de tipos de familias mexicanas. Esta es una familia, por un lado, mexicana y, por otro lado, muy sui géneris. El padre viene de una familia de rancheros, pero se casó con una mujer que era escritora. Ahí se funden dos mundos, el del artista y el de la tradición de la tierra. Entonces, es una familia que tiene, yo creo, el ADN, ese pegamento y esas fricciones de las familias de cualquier lugar. Hay espíritu de equipo, claro. Hay un, “queremos hacerlo juntos”, pero al final, también hay un “quiero que hagamos lo que yo quiero”. Es esa contradicción.
La fusión de mundos se puede ver en el personaje de Leo, que representa una paternidad latinoamericana muy actual, que no solemos ver representada en la pantalla. Aquellos hombres y padres que provienen de una educación patriarcal, pero que están rodeados de hijos e hijas millennial…
RG: Es lo que yo llamo patriarcado 2.0. Porque él viene de una tradición conservadora, pero ya tenía una inclinación hacia lo liberal al casarse con una escritora. En él sobreviven esas dos tendencias. La tendencia tradicional, que a veces es mandona, o si no controladora por lo menos es manipuladora. Pero también ha sido educado por sus hijas. Yo creo que las hijas educan mucho a los padres hombres. Sobre todo, ahora, que vivimos un momento feminista fuerte. Lo veo yo mismo con mis propias hijas, que me corrigen todo el tiempo y me dicen lo mal que estoy. Entonces, el personaje es un híbrido de lo tradicional y lo moderno.
La película habla sobre la memoria de los padres, y cómo va cambiando nuestra relación con su imagen. ¿Hacer esta película transformó de alguna forma cómo te relacionas con el recuerdo de los tuyos?
RG: Más bien al revés. La película está inspirada en la manera en que me relaciono con mis padres. Inclusive puse muchas de mis experiencias directamente en boca de Leo. Es decir, los padres crecen después de muertos, se vuelven más imponentes. Uno los recuerda como gigantes, cuando en realidad en mis recuerdos eran 20 años menores que yo. Se crecen mucho y uno los entiende más. Los ve más humanos. El recuerdo influyó en la película, mas no al revés.
Además de Familia, en tiempos recientes has empezado a participar en el desarrollo y dirección de series de TV en Latinoamérica, ¿cómo comparas la experiencia de trabajar de este lado a trabajar en Estados Unidos? ¿Qué ha sido diferente y similar para ti?
RG: No hay una cosa que sea mejor o peor, pero sí hay un temperamento latinoamericano con el que me conecto mucho. Por supuesto, estoy muy integrado en Estados Unidos, pero filmando en Argentina, que fue mi primer proyecto –dirigí capítulos de la serie Santa Evita–, enseguida me compenetré. Fue una de las cosas que me animó a venir a México, porque enseguida me sentí en mi casa y eso que era Argentina. Y creo que, aunque hay muy buenos equipos técnicos y equipos creativos en Estados Unidos, [en Latinoamérica] hay una entrega al proyecto, un compromiso personal.
Y hablando de estilo y géneros, después de 20 años ¿te sientes ya en un lugar en donde puedes describirte como autor? ¿qué tipo de cineasta dirías que eres?
RG: Soy un tipo de cineasta muy necio que sigue haciendo lo suyo. O sea, vuelvo siempre a las películas que son intimistas, a las relaciones, a las familias. Aún si me ofrecieran una película como Star Trek o una película de aventuras, me costaría mucho trabajo hacerlas. Tengo mucho interés por verlas y disfrutarlas, claro, pero la sola idea de estar haciendo storyboards tres semanas y año y medio de efectos visuales… no tengo esa paciencia. Siempre regreso a las películas minimalistas. He tenido suerte de tener una carrera larga. Sigo haciendo lo mío y he logrado sobrevivir con mi necedad. El género que me encantaría intentar, pero no sé si soy capaz, sería el terror. ¡A lo mejor intento algo en México!