La Búsqueda de la identidad de un país repleto de contrastes a través de distintas miradas cinematográficas
La apuesta por el cine mexicano nunca había sido tan diversa como hoy en día. Basta echar un vistazo a la cartelera cinematográfica o a los estrenos semanales en plataformas. Un título de terror, una rom com citadina, un documental sobre una legendaria asesina serial, etc. El bestiario mexicano está presente más que nunca en la oferta de nuestro cine. Si bien la incertidumbre generada por la pandemia habría puesto una súbita detención en la producción y distribución de la cinematografía nacional, paradójicamente, hoy en día podemos encontrar una pluralidad de títulos que vienen a refrendar la diversidad en temáticas y asuntos que constituyen nuestra identidad.
Recuerdo que hace un par de décadas la cinematografía mexicana se reducía básicamente a la exhibición “de gala” de dos o tres títulos nacionales que encontraban proyección, si bien les iba, en la Muestra Internacional o en la Semana de Cine Mexicano, en el majestuoso Cine Latino de la Avenida Reforma, en la Ciudad de México. Las cosas han cambiado y para bien. La presencia de las plataformas digitales ha impulsado la producción del cine de género. Trabajos que abordan distintos aspectos de nuestra mexicanidad y que en conjunto suman el hermoso prisma que es nuestra identificación fílmica.
Platiqué con cuatro distintas voces quienes tienen en común una película mexicana de reciente estreno o están a punto de presentar su más reciente trabajo. Son jóvenes, brillantes y con una mirada tal que pueden construir universos totalmente opuestos partiendo de la misma palabra: México.
Ricardo Castro es de Cuajimalpa, no se confundan. Aunque la mitad de su familia vive en Sinaloa, región que visitó durante muchos años gracias al periodo vacacional. Su intención con su ópera prima Los (casi) ídolos de Bahía Colorada, la cual podemos encontrar en Netflix, era presentar un retrato completamente distinto a lo que estamos acostumbrados a escuchar de Sinaloa. Era restar un tanto esa connotación negativa que se percibe de la localidad, para relatarnos una especie de cuento moderno protagonizado por dos hermanos en lo que es, paradójicamente, su búsqueda de identidad y lugar en el mundo.
“La búsqueda de identidad en nuestra película no sólo se trata en la exploración del concepto visual de la misma, en el simple plano estético, sino también en nuestros personajes. Nuestros protagonistas tienen que aceptarse como son para llegar a ser originales, y es ahí cuando finalmente encuentran su vocación”, relata el director.
La música banda es la columna de la historia. Es la resonancia que se escucha en las calles de Culiacán, Badiraguato o Mazatlán, conocidos poblados sinaloenses. Y esa idea fue el origen de la película de Castro. Un soundtrack cuya base es la tradicional tambora.
“Mi interés nace de contar la reconciliación de estos dos medios hermanos después de la muerte del papá. Mi madre murió hace siete años y yo siempre hago la comparación de Sinaloa con Italia. Se trata de lugares habitados por familias cuyos miembros se aman u odian todo el tiempo. Son como muéganos estridentes. Y para contar esta anécdota tengo que hablar de lo que sé, que son mis raíces. Todo el tiempo en mi casa sonaba la banda El Recodo y a mí me sangraban los oídos, y ahora pasó algo extraño que me llevó a retomar todo esto y agarrarle cariño. Creo que como vamos creciendo vamos también aprendiendo a apreciar de dónde venimos”, añade el director.
Ricardo es egresado de CCC y en algún momento pensó que el no poder ver su ópera prima en una pantalla grande era como darse un balazo al corazón y espíritu de cualquier creador cinematográfico, sin embargo nunca pensó que siendo un joven director lograría que su primera película llegara a tantos rincones del mundo, que fuera subtitulada a distintos idiomas e incluso recibiera mensajes de países tan remotos como Polonia.
“Que algo tan personal le resuene a tantas personas en todo el mundo me parece increíble. La exposición hoy en día de nuestro cine, creo, es gracias a las plataformas. Esto me parece maravilloso, porque no solamente podemos hacer cine los nuevos cineastas, sino que también, al mismo tiempo, podemos seguir viendo el trabajo de los maestros. Por fin entramos a la caldera todas las generaciones y la posibilidad de esto es que todos estamos hablando de un México distinto”, finaliza el director.
Detrás de La gran seducción se encuentra el profesionalismo y la pasión del productor Nicolás Celis, quien encomendó esta nueva versión, muy a la mexicana, a Celso García, director que se ha distinguido por su mirada sensible a los acontecimientos más ordinarios y cotidianos que hace el ser humano. Prueba de esto son su cortometraje La leche y el agua y la película La delgada línea amarilla.
“Prácticamente cualquier historia la puedes ver con distintos lentes, ojos y niveles de luz. A mí me gusta abordar las historias que me llegan o que yo propongo desde un punto de vista sumamente luminoso. La gran seducción cayó para mí en un momento importante y preciso en mi vida, y traté de abordarla desde el punto de vista más luminoso y positivo posible”, nos relata el director desde Bruselas, lugar donde actualmente reside.
García también es del tipo de realizadores que han fungido como especie de testigo de las distintas formas y modelos de hacer cine en los últimos años. Desde trabajos subvencionados por becas, pasando a la realización de remakes de grandes estudios internacionales como La boda de mi mejor amigo, hasta la producción de anécdotas sumamente personales como La delgada línea amarilla.
“Me gustan los microcosmos. Me gusta cerrarme. Hacer zooms en pequeñas comunidades, en personas quienes aparentemente no figuran en el mundo. Personajes a quienes los demás no voltean a ver. Lo que más me atrapó de La gran seducción fue poner el ojo en una comunidad de 120 personas que viven apartados del mundo y quienes por una necesidad se ponen un objetivo al formar una comuna que no descansará hasta lograr sus metas”, dice contundente el director, al tratar de discernir en el común denominador que une a sus películas.
Ya existen versiones de La gran seducción en sus interpretaciones en Francia y Canadá, sin embargo, de acuerdo al realizador, la trama encajaba perfecto con la idiosincrasia de las comunidades rurales de nuestro país. “Estamos viviendo en México y en toda Latinoamérica un momento muy interesante y único en el cine. De alguna forma se está polarizando la situación. Por un lado vemos películas muy comerciales muy bien producidas, apoyadas y cobijadas por estudios y plataformas. Por otro lado, estamos viendo producciones con un carácter totalmente independiente con propuestas interesantes. Y no es algo que esté mal. Me parece que las nuevas generaciones de cineastas se están aprovechando completamente de esta situación. Están empleando tecnologías, invirtiendo menos dinero. Definitivamente estamos ante un momento importante”, agrega Celso.
“Creo que en los momentos de crisis que estamos viviendo en la actualidad, el público se resguarda en las películas. Ahí encuentra el espíritu y corazón que nos salva de todo esto”, expresa contundente.
De entre el abanico de posibilidades temáticas en el cine nacional, encontramos títulos tan singulares como Invitación a un asesinato. Una película que se acerca más a las nuevas formas y tendencias dentro de la cinematografía mundial: la dificultad de categorizar una producción en particular. Ya no se trata del clásico western, comedia romántica, drama o cinta de acción, sino de una mezcla que deriva en un enriquecimiento en riesgos que invariablemente emocionan al espectador.
“Nos encontramos en constante evolución. Vivimos un boom de producción nacional. Yo vengo de hacer documentales, películas de bajo presupuesto donde incluso en conjunto con mi socia y esposa, Mariana (Franco), hemos tenido que emplear la hipoteca de nuestra casa para poder producir nuestra próxima película. Luego llega Netflix para ofrecernos Invitación a un asesinato. Lo que sucede es que hoy en día existen distintos escenarios que nunca me imaginé encontrar cuando era un estudiante de cine. En 20 años hemos experimentado una evolución con sus respectivas curvas en la manera de hacer nuestro cine. Siempre vivo. Siempre intenso”, declara José Manuel Cravioto.
Cravioto es responsable de títulos tan variados que van desde documentales como el laureado Los últimos héroes de la península, referente del género en su momento, hasta el lúdico Seguir siendo sobre Café Tacvba. Después exploró la ficción con El más buscado o Malvada, sólo por mencionar un par. Invitación a un asesinato es algo completamente distinto en su filmografía. La historia está basada en la popular novela de Carmen Posadas, probablemente la más divertida de la famosa autora. La acción se celebra en un crucero de lujo en donde ocho invitados son sospechosos, pues hay un crimen de por medio a resolver.
“Mi criterio en el pasado a la hora de elegir mi siguiente proyecto era: ‘¿A dónde me va a llevar esta película?’, ‘¿Qué festivales visitaré con ella?’, ‘¿Qué distribuidora la pondrá en los cines?’. Para mí, Netflix es como una gran sala, un inmenso cineplex, un enorme complejo cinematográfico donde virtualmente entras y decides de entre un impresionante catálogo. Invitación a un asesinato es mi primera elección con base a este criterio y eso es algo que me emociona”, dice con certidumbre Cravioto, quien encuentra en la mezcla de géneros una invitación para que la audiencia pueda experimentar algo único, distinto a lo que está acostumbrado.
“Me choca el acento chilango y amo a David Lynch”, fueron las dos únicas recomendaciones que la autora Fernanda Melchor le dijo a la directora Elisa Miller al cederle los derechos de lo que se considera una de las ficciones mexicanas más poderosas publicadas en los últimos años. Esto es Temporada de huracanes.
Fernanda, como periodista que es, tiene buena intuición. Elisa, por su parte y entre otros logros en el quehacer fílmico, ganó la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes por su cortometraje Ver llover.
Aquí el desafío era claro. ¿Cómo llevar a la pantalla ese único universo que nace de la prosa de Melchor? Es una invitación para que el lector colabore de forma activa con su propia imaginación para crear ese cosmos repleto de magia y violencia.
“Me vi inmersa en un proceso totalmente neurótico. Una escaleta con tarjetas de colores que definían a cada uno de los personajes. Me puse a estudiar muchas adaptaciones de libros al cine y a cuestionarme la manera que lo hicieron estos grandes cineastas. Estaba completamente poseída por el texto”, confiesa Miller sobre la elección de su muy personal proceso para trasladar la página al cine.
“Pasó algo muy curioso, porque al final la película resultó tal y como la leí. Fue algo misterioso. Recuerdo que en una ocasión mi compañera, la directora de fotografía María Secco, me dijo estas palabras: ‘Tienes que rendirte a la película’. Teníamos que contar esta historia. Hubo muchas cosas muy complicadas en este proceso. Hicimos una promesa de contar esta oscura y dolorosa anécdota desde el fango, inmersas en el lodo. Sigo llorando. Lo hice en el set, haciendo la música, editando y aún hoy en día. Esta fue una historia que nos eligió”.
Elisa considera definitivamente que la salida que tendrá Temporada de huracanes no se parece a nada de lo que había realizado en el pasado. Se verá en 190 países de forma simultánea.
“Me parece una locura. Te confieso que me parece increíble haber logrado que nos compraran una historia así de fuerte, real y potente. Basada en un libro de una escritora mujer. Dirigida por una realizadora. Siento que esta película está repleta de muchos techos de cristal porque es muy dolorosa. Estamos hablando de una realidad nacional que te rompe el corazón y, de repente, contar con esta ventana de distribución me parece increíble”, desvela Miller al meditar sobre el singular lanzamiento de esta producción en Netflix.
Para finalizar, Elisa agrega: “Creo que la identidad nacional en nuestro cine es un prisma muy grande y mágico. Somos tantas cosas en este país. Creo que contamos historias para darle sentido a nuestras vidas. De repente nos preguntamos: ‘¿Qué es todo esto?’. Tratamos de explicarnos ciertas cosas a través de la historias, muchas veces porque nos duele la violencia que desmorona a este país. El cine conlleva un acto de ponerse en los zapatos de otra persona y esto parte desde el equipo de realización de la película hasta el mismo público, para de esta manera crecer en empatía y compasión”, finaliza la directora.